No hacen falta goles para ser historia. El Calderón fue su Jardín de las Delicias. La Copa de Europa no le olvidará.
Para ser recordado en el Real Madrid, para bien, no vale jugar notable una temporada o un par de años. Se exige mucho más que un buen rendimiento, una pizca de suerte o un par de goles. Se necesita algo extraordinario. Algo que el fútbol no haya inventado o si lo hubiera hecho que no fuera recordado.
El idilio de Karim Benzema con la Copa de Europa merecía algo así. Sin ser un delantero de finales y con poco ratio en las rondas del KO, el francés necesitaba una jugada para que nadie le olvidara. Fue en la última noche del Calderón, minutos antes de la lluvia, con las prisas de Cristiano y un público que jaleaba en busca del tercero. A Karim le pareció buena idea y gustó por intentarlo. En el borde del volcán y a un paso del abismo, comenzó a gustarse con el balón de un pie a otro, ante la mirada de tres rivales.
Fue jugando con el balón, como los trileros con la bolita. La escondió para ganar en primera ronda y segundos más tarde, decidió bailar sobre la línea de cal para zafarse por completo de la oponencia atlética. Ese tanteo, esa degustación, esa exquisitez fue el billete a Cardiff. Para Benzema, fue la sentencia. Escrito con su puño y letra. Ahí nace la memoria a un genio incomprendido, un delantero que sin ser un goleador siempre le temieron. Inspirado es artista y anoche el Calderón fue el Jardín de las Delicias para un francés funambulista.