Aeropuertos y periodismo
Rafa Benítez es, sin lugar a dudas, el personaje deportivo de estas Navidades. El entrenador del Real Madrid, con su futuro pendiente de un hilo, ha sido el gran protagonista en todas las tertulias de las cenas familiares de Nochebuena. Que si se va, que si viene Mourinho, que si se asciende a Zidane, que si se queda y está todavía a tiempo de dar un giro radical a su situación... Durante estos días había hablado todo el mundo del asunto menos Benítez. Y La Sexta hizo sus deberes y cazó al técnico madrileño a su regreso a la capital de España tras pasar los días de vacaciones en Liverpool. Los demás, comiendo langostinos en casa.
Sin embargo, las críticas fueron para los únicos profesionales que realizaron su trabajo. Para los únicos que consiguieron la imagen que todos querían ver en la televisión. La obligación del periodista es preguntar, con educación siempre, y eso es lo que hizo el reportero a la llegada del entrenador. Benítez no contestó y está en su derecho, pero la labor periodística estaba realizada.
Algunos, oportunistas ellos, se apresuraron a decir con la boca llena de mantecados que el aeropuerto no era lugar para preguntar a nadie. Incluso se inventaron teorías conspiratorias y faltaron el respeto a un profesional que se chupó horas de guardia en plenas fiestas para conseguir la imagen y las declaraciones del protagonista por excelencia de la actualidad deportiva. Así, sin anestesía y de un plumazo, un bofetón al periodismo y a la obligación de informar. Feliz día del teletipo, queridos.
No tardaron ni 24 horas estos futurólogos, aprendices de Aramis Fuster, en quedar desacreditados. Neymar, a su llegada al aeropuerto de Barcelona, dejó su futuro en el aire. Unas declaraciones bomba que no se hubieran producido según las leyes de los sumos sacerdotes del periodismo. Tapaditos bajo la manta, así se quedaron. Los que el día antes calificaban como show y persecución el buscar las declaraciones de un protagonista en un aeropuerto, ahora no tenían coraje para escribir y dar la cara. Sus enfados se esfumaron, quizá por su vergüenza a reconocer la premura con la que intentaron atacar a una cadena y a un programa concretos.
Vivimos en una época en la que cualquier sabelotodo se ve con la superioridad moral para dar clases de periodismo y sobre lo que se debe o no hacer. Como si ellos, hombres de éxito y de intachable trayectoria, fueran más profesionales y más listos que aquellos que están todos los días peleando en el fango. En busca de un descrédito continuo contando con la demagogia como única arma posible para engañar a las masas y así beneficiar a sus intereses personales y ocultos. Incluso alguna 'estrella' envidiosa y venida a menos aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para hacer bueno aquello de "los enemigos de mis enemigos son mis amigos" para sumarse al linchamiento con descalificativos e insultos impropios de aquel que desea dar una homilía periodística navideña a sus siervos. Tan entrañable que no merece más contestación que un abrazo ante el peligro de ahogarse en su más que signiticativa soledad.
Basta ya de púlpitos y predicadores. De holgazanes y faltones. De listillos y envidiosos. Más alcachofas y menos ladrillos. Más periodistas y menos catedráticos. Noticias y no críticas. Y gracias a La Sexta. Gracias por estar siempre ahí. Al lado de la información tanto política como deportiva. Siempre un paso por delante. Ya sea con el pactómetro de Ferreras (¡qué invento Antonio, qué invento!) o con los Jugones de Pedrerol.