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Como si fuera la 'Primera'

de María E. Rodríguez

Sensaciones. Esas incansables 'amigas' que te atormentan día y noche antes de una cita como la del sábado. Caprichosas, cambiantes y traicioneras, preferirías poder ignorarlas porque raramente te hacen sentir cómodo. Si son positivas, mala cosa: lo gafas seguro; si no son buenas, mala cosa también: ¿Dónde se ha visto afrontar un partido así con pesimismo? Todo eso piensa tu cabeza sin permiso. Y tú, aunque con gusto te la arrancarías hasta que pite por primera vez el de negro, la dejas en su sitio y permites a las sensaciones ir y venir sin intimar con ellas.

De las de la afición colchonera admito saber poco, aunque los runrunes que percibo no me convencen;  los veo falsos: "No, si la presión es del Madrid", "hemos hecho un temporadón, esta final es un regalo". Bla, bla y bla. Si no se podía uno fiar cuando eran los 'pupas', menos podemos fiarnos ahora que han interiorizado el papel  de 'pseudopupas'. Muchos te hablarán del presupuesto de uno y otro equipo y te recordarán lo sumamente importante que es este partido para el Real Madrid. Querrán que sientas sobre tus hombros el peso de las nueve copas que ellos no tienen, y querrán que los nuestros crean que lo tienen ganado porque son el Madrí y esta es nuestra competición, no la del Atleti. Pues no.

Esta es la final de quien más cree en ella y de quien plantea y ejecuta mejor un partido de fútbol; de quien sabe optimizar sus recursos en noventa minutos y de quien juega con la jerarquía propia de un campeón; es la final de quien sabe cómo superar al contrario y cómo no perderse si las cosas no salen bien. De todo ello, el Madrid sabe. Sabe mucho. Pero este Atlético también, que no os engañe nadie. Poco importa lo nutridas de trofeos que estén las vitrinas del Bernabéu; y poco importa si el Real Madrid es el "Rey de Europa", que lo es.

Poco importa porque nuestra historia no nos llevará a Cibeles. No sin competir y pelear a muerte hasta el final; no sin responder a la intensidad del rival con más intensidad; no sin saltar al campo con el convencimiento de que la 'Décima' pasa por afrontar la final con la ambición de un novel y el oficio de un veterano. Hemos esperado doce larguísimos años, muchos de ellos marcados por batacazos octaveros de los que calan, para vivir un momento único. Uno que llevamos rozando desde que quien vosotros sabéis (Mourinho, no Voldemort) nos recordó cuál es nuestro sitio en Europa. Uno que hoy ya tocamos y que mañana podríamos saborear. Nuestro momento.

Y la primera máxima para no desperdiciar nuestro momento debe ser que el escudo no mete goles, ni tampoco los para; el escudo impone. Sería de necios negarlo y de estúpidos no aprovecharlo. Así que aprovechémoslo. Guardémonos esa ventaja en el bolsillo y, cuando se nos olvide que la tenemos, toquémosla sin que ellos se den cuenta y frunzamos más el ceño. Recordemos. Juguemos el partido de la la 'Décima' como si fuera el partido de la 'Primera'. Aunque no lo sea. 


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