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El Espíritu de Cristiano

de Jorge Calabrés

La primavera comenzaba a asomar. Abril, mes de Champions por excelencia, y otra vez el Real Madrid obligado a una remontada. Da igual que no se lograra algo semejante desde 1985, el madridismo respondió y volvió a llevar al autobús blanco en volandas hasta el Santiago Bernabéu. La lluvia que caía sobre la capital de España hacía, aún más, una llamada a la épica. El sol se escondía y ese aroma a Copa de Europa impregnaba el ambiente. Era la noche soñada por una generación de madridistas que había oído hasta la saciedad aquello del Espíritu de Juanito pero que nunca había logrado hallarlo. Algunas veces un palo, otras el árbitro... Siempre en la línea, aquella malvada frontera que separa la gloria de la muerte. Incluso en el remate al palo de Sergio Ramos los viejos fantasmas revolaron entre Concha Espina y La Castellana

Pero contra el Wolfsburgo apareció Cristiano. Sí, en la temporada en la que más críticas ha recibido, incluso algunos han pedido su venta, para lograr un hat-trick y hacer sentir a toda una generación una sensación tan nueva como esperada. Tres goles caídos del cielo, como las gotas de agua en la fría noche de Madrid, para sellar el pase a semifinales y mantener viva la esperanza de la Undécima en una campaña en la que el madridismo ha sufrido demasiado. Fue el partido de una leyenda. De un jugador único e incomparable. Bienvenidos todos a la fe cristiana. 

Cristiano tiró del carro porque no solo logró los tres tantos, sino que luchó y lanzó a la artillería madridista contra la portería de Benaglio. Con el '7' a la espalda, como el mítico Juanito, se erigió en el jefe y gran protagonista de la remontada. Con su gol de falta, sí de falta, provocó que el Bernabéu llegara al orgasmo futbolístico. Un éxtasis que era mucho más que un triunfo y más valioso que unas semifinales de Champions. Era la liberación psicológica para toda una generación de madridistas. Fue el culmen. La aparición y confirmación del Espíritu de Cristiano.  


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