Inyección de adrenalina
El nuevo impulso llegó, unos cuantos meses luego de que lo dijese Florentino Pérez, la llegada de Zinedine Zidane al banquillo del Real Madrid es una inyección de adrenalina pura, la hormona (sin alusiones a Messi) que recorre las venas de todo madridista provocando la misma euforia que en Uma Thurman durante aquella mítica escena de Pulp Fiction hace pensar en los mejores tiempos por venir y en la tempestad que fue la efímera ‘era Benítez’ en el Real Madrid.
La emoción nubla la razón. Zidane emociona por todo lo que es Zidane. El nombre solo esboza una sonrisa en forma de mueca por la cara de cada madridista (y amante del fútbol en general). Es Zidane, ¡ZIDANE! El detalle es que pensamos en el Zidane jugador y no el Zidane entrenador que, quizás, esté poco preparado para un reto que implica una lucha directa, mano a mano, contra una trituradora formada por prensa y afición borrega con más hambre que Galactus y que ya se ha devorado a Pellegrini, Mourinho, Ancelotti y Rafa Benítez (14 Ligas, 10 Champions e incontables Copas y Supercopas entre esos cuatro).
Las lágrimas de Benítez durante su presentación fueron una ventana a la futura pesadilla en la que se convirtió el sueño de Rafa. Su método nunca hizo click con unos jugadores a los que, honestamente, tampoco les importó mucho intentarlo. 25 partidos en la casa blanca donde su mejor encuentro, allá en París, fue con suplentes. Lo más criticable de Benítez es que no murió con su idea. No se hundió manteniendo su filosofía intacta. Se dejó llevar por el qué dirán, y, ante un vestuario nulo de sus indicaciones, fracasó estrepitosamente. El peor error (y el más común) entre el desfile de entrenadores del Madrid es cagarse en los pantalones y modificar sus ideas iniciales al primer murmullo porque no juega éste o no juega aquel, o peor aún, porque el equipo juegue feo. Sea lo que sea eso.
El rey ha muerto, larga vida al rey. El fuego de la explosión Zidane debe durar mucho. Es típico. Llega un nuevo entrenador, hay una dinámica nueva, y el carisma de ZZ (algo que Benítez no tiene ni de lejos) se contagia y esparce por todo rincón donde haya madridismo. Pero una vez muera esa euforia se verá el verdadero desafío. Ojalá arda esa llama hasta mayo, y se pueda armar un proyecto con tiempo, espacio y decisiones correctas, aunque dolorosas, para sacar al Real Madrid del bache generalizado que la afición tan cariñosamente ha apodado “generación de losers”, con una Liga y una Champions League en casi dos lustros, porque el común denominador en esa trituradora de técnicos pasa más allá de la segunda venida de Tito Floren y le pasa por un lado a Ramón Calderón, para incrustarse en la psique de un grupo que, a la hora de competir, tiene más recuerdos negativos que positivos en los momentos dónde el Madrid debía dar un golpe en la mesa ante España, Europa y el Mundo y, por alguna razón u otra, no lo hizo. Escudándose posteriormente en el inexcusable “nos faltó actitud” y el “debemos aprender de estas derrotas” para luego hacer caso omiso de las palabras propias y recaer en esos fallos una, y otra, y otra, y otra vez.
El trabajo de Zidane no será nada sencillo. Es, con total seguridad, la única persona con galones suficientes como para tomar las decisiones necesarias sin tener el latigazo de críticas (merecidas o no) que sí tuvieron Benítez, Ancelotti, Mourinho o Pellegrini; porque podrá caer mejor o peor uno u otro entrenador. Pero lo innegable es que la película se ha repetido muchas veces, y el final ha sido el mismo casi siempre.