Martillazo en el pulgar
Dice el refrán que un clavo saca otro clavo, y más de un tonto ha intentado mitigar un fuerte dolor de muelas con otro aún más fuerte, por ejemplo, machacándose el dedo gordo del pie con un martillo, con lo cual sólo consiguió tener dos dolores en lugar de uno solo. Es decir, que el método, además de ser una gilipollez, no funciona.
En otros ámbitos, sin embargo, la táctica de enmascarar algo malo con algo mucho peor sí que da buenos resultados. En España, en la época del franquismo, era muy habitual enzarzarse en una pelea, aunque fuese más bien ficticia, con el pérfido enemigo exterior para enmascarar la cruda realidad del país. Y no pocos mandatarios han emprendido incluso guerras, la de Las Malvinas, por ejemplo, para desviar la atención de la ciudadanía de sus tropelías.
Sin llegar a extremos tan cruentos, Diego Pablo Simeone, el pasado sábado, emuló a sus compatriotas de “la terna” dictatorial soltando una bomba en la sala de prensa de Milán. Acababa de perder su segunda final de Champions, la segunda, además, contra el eterno rival capitalino, y no tuvo más ocurrencia que decir que, en estos momentos, tenía que pensar, insinuando la posibilidad de abandonar el Atleti.
Automáticamente, para muchos colegas periodistas, la final, la derrota, los posibles errores cometidos por el Cholo durante el partido, la Undécima del Madrid, todo lo que no tuviera que ver con la hipotética marcha del gran líder carismático, pasó a un segundo plano. El horror de su pérdida, como machacarse el pulgar con un martillo, era mucho más terrible que cualquier derrota.
Atención desviada. Misión cumplida.