.

Qué bueno que viniste

de Roberto Gelado

Soy tan joven y tan estúpido –mi abuelo dice que ambas cosas suelen ir de la mano– que mi primer recuerdo de Alfredo Di Stefano no es, siquiera, del personaje real; sino de la parodia que le hizo Alfonso Arús a principios de los 90. Visto en retrospectiva, uno piensa ahora que caricaturizarle fue, tal vez, la manera que encontraron los culés (además de Arús había, por lo menos, otros dos confesos entre los notables de "Al Ataque": Javier Cárdenas y Andreu Buenafuente) de saldar cuentas con el jugador más importante de la historia del eterno rival. Les espoleaban, a buen seguro, las ligas de Tenerife y su primera Copa de Europa en cien años.

A estas alturas algún lector ya habrá confirmado el aviso inicial sobre mi estulticia y se preguntará (me preguntará) que a qué viene tanto hablar del Barça en un día como éste. Esta vez, si me lo permiten, sí me voy a defender: tiene, y mucho, que ver. Alfredo Di Stefano no fue un jugador nacido para el Madrid. Fue un jugador nacido para cambiar la historia del fútbol, y pudo hacerlo en el equipo que le hubiera venido en gana. Eligió uno que solo había cosechado 2 Ligas (en plena República, para más inri en un equipo Real) y 9 Copas del Rey (solo dos después del 36) en medio siglo de existencia. Para que se hagan una idea, por aquel entonces el Barcelona llevaba 6 Ligas y 12 Copas, y el Athletic de Bilbao, 5 ligas y 17 Copas. No se podía decir siquiera que el Madrid fuese el equipo dominante en la capital, porque hasta el Atlético duplicaba por entonces sus Ligas. Los torneos continentales, evidentemente, no estaban ni en proyecto.

Di Stefano pudo haber catapultado a cualquiera de ellos (excepto al Athletic, por razones obvias, aunque vaya usted a saber) a la gloria pero acabó eligiendo al Real Madrid y el resto de la historia ya la saben. O deberían. En el momento de su adiós a Chamartín, ese que provocó la enconada disputa con Bernabéu y la carta de dimisión de Muñoz –abrumado por tener que sentar al mito–, el Madrid no solo gobernaba ya en España (10 Ligas, por 8 del Barcelona, 6 del Athletic y 5 del Atlético, al que ahora duplicábamos nosotros), sino que había coleccionado consecutivamente cinco Copas de Europa, un registro tan estratosférico que solo pudo igualar el Milán en los 90. El de entorchados consecutivos no solo sigue ahí, sino que no hay nadie que haya sido capaz de lograr dos seguidos con el nuevo formato.

Don Alfredo no solo fue, me lo cuentan mi abuelo y mi padre –imagino, como a muchos de mi generación– un talento excepcional en tiempos en los que ni abundaban, ni se jugaba siempre sobre alfombras. Él se inventó el todocampismo y, si mi padre y mi abuelo no exageran –y serían muchos padres y abuelos exagerando a la vez–, no ha vuelto a haber ninguno tan bueno en tantos sitios. Yo, al menos, no lo he visto.

En su llegada, por supuesto, jugó un papel crucial un presidente tan visionario que, rebelándose contra cincuenta años de historia anodina, se imagino el club que es hoy antes de que existiese. Y, en el momento de su marcha, también es justo reconocer el papel restitutorio para con Don Alfredo que asumió el actual presidente. Desde su llegada al club supo colocarle en el lugar privilegiado que le correspondía para que el madridismo de nuevo cuño no se dejara engañar por parodias y venganzas soterradas. Desde su atalaya de honor jamás se cansó de recordar que el madridismo era no rendirse nunca. Y, cincuenta años después de que él disputara su último partido con el Madrid, Sergio Ramos volvió a darle la razón con un cabezazo en la prolongación con el que el Madrid empezó a cerrar su segundo ciclo de cinco Copas de Europa. No fue el último partido que vio porque seguirá vigilándonos desde ahí arriba. Gracias por todo, Don Alfredo.


Otras noticias
PUBBLICITÀ