Sergio Ramos, deus ex machina
Ser visitante en el Santiago Bernabéu, remontar un gol en contra y contemplar la derrota como certeza pese al minuto y resultado solo nos habla de una mística inabarcable para la lógica y la razón. En el Real Madrid de Sergio Ramos cortar el nudo gordiano es habitual; ley tradicional que rige un universo de misterio solo interpretable para semidioses como el capitán del Real Madrid. Ramos decidió materializar la remontada porque el escudo que portaba le obligó. Representó un valor atemporal de la misma manera que lo hizo en Lisboa; del mismo modo que volvió a cabecear en la Supercopa o en el Camp Nou; el principio de la no rendición. “Hasta el final” no es una práctica procedimental sino un valor tradicional. En el tiempo de descuento el Bernabéu invocaba el cabezazo de Sergio Ramos con la misma naturalidad con la que se saluda al compañero de asiento, y auspició un hecho anormal en cualquier escenario menos en aquel en el que el camero vista la camiseta blanca. Unas sensaciones escalofriantes sobrevolaban alrededor de un misterio cuyo final ya conocíamos. El capitán remató no por suerte sino por historia, quedándonos de nuevo, a nosotros que ya sentimos la tradición, confusos y sacudidos. Porque uno sigue asombrándose de la fortuna de pertenecer al campeón imantado con la victoria, por mucho que todo pertenezca a las entrañas de nuestra historia de amor con el grito indisciplinado en el gol de la remontada. Atónitos y conmovidos contábamos la gesta con el mismo escepticismo e ilusión con el que antaño nos hablaban del Madrid de Juanito contra el Borussia. Rendirnos nunca se nos dio demasiado bien.