Sobre el arranque liguero
Parecía el Madrid empeñado en resucitar del duermevela veraniego la naturaleza de la competición, repleta de críticas descontextualizadas y debates extemporáneos para volver a poner en el candelero lo que es inherente al equipo blanco. Con la voluntad de respetarme, omitiré los análisis que vayan más allá de lo que estira el primer partido de Liga, aunque, por serlo, no debe estar exento de crítica. El Madrid llegaba a Gijón entre pedradas -porque, tal y como dijo Pepe nos reciben mucho mejor desde que Mourinho está en Inglaterra- y enfrentándose a los quince primeros minutos de arreón que suscita el escudo redondito y el parche de las diez en cualquier contendiente. Pasados éstos, una primera parte desequilibrada tácticamente hizo que el conjunto de Benítez optara en la segunda por someter al rival con internadas por banda y tiros a puerta. Un total de veintisiete remates que no sirvieron para adelantarse en el marcador ni para desterrar -me temo- definitivamente el mito de la pegada. Con la tolerancia del error cuando lo que se juega acaba de empezar, en la libreta del técnico aparecen en negrita Bale por la izquierda –el galés fue uno de los mejores en el partido de ayer- y precisión en el tiro para que lo que hoy se sobrelleva mañana no sea mal endémico. La Liga, por su parte, también obstinada en recordar a los olvidadizos la esencia de la misma, tangó penaltis a unos y les dio los mismos a otros por aquello de empezar las cosas con el aroma de la costumbre. Y es que La Liga y su carácter idiosincrásico han vuelto.