Sobre las pretemporadas
Cómo odio las pretemporadas. Antaño servían para preparar a los jugadores, embutiendo y recordando las preparaciones físico-tácticas en aras de comenzar de la mejor manera posible la incipiente competición. Hoy, la definición de pretemporada cambia de significado, pasando a un segundo plano lo que ayer era sustancial dando lugar a kilométricas giras por medio mundo bajo el aura de la magnificencia de los equipos europeos, que engordan egos y cuentas a la par. Unas pretemporadas que parecen creadas por el sistema para agotar la crítica hacia el fútbol moderno cuando lo de darle patadas a la pelota menos importa, haciendo que, satisfechos, abandonemos la invectiva cuando se antoja necesaria. Europa abandona a sus adalides para que medio mundo disfrute con ellos y suene aquello del “clin, clin, caja”. Aunque hay que admitir que el tiempo que ocupa esto de las pretemporadas a veces resulta divertido. Es el tiempo en el que nadie sabe qué escribir, lo que ayuda a que la inventiva de muchos periodistas se libere de complejos y campe a sus anchas por portadas, informativos y artículos nacionales. Los jugadores van y vienen y, si de paso, sirven para desestabilizar, mejor que mejor. Y si la ficción supera los pocos límites que existen en estos momentos de la pretemporada, hablamos sobre las bodas de los representantes de los jugadores. Aunque a veces no es necesario. La realidad supera cualquier imaginado y órdagos de jugadores, renovaciones y paradas en amistosos pueden servir hasta que pasen los días. Y si ni así sabemos qué decir, siempre nos queda irnos a Inglaterra o a Oporto para seguir relatando la historia de buenos y malos. O presionar a los entrenadores en el caso de que nuestro jugador preferido no tenga mucha notoriedad. No vaya a ser que la definición vuelva a ser como antes, y el fútbol sea lo más importante.