Tópicos, muletillas y latiguillos
"Me contagia tanto la manera de hablar de otras personas que, después de escuchar a los cronistas de fútbol, salgo diciendo pura tontería"
(Doctor Chapatín)
De mi paso por la Facultad de Ciencias de la Información, rama Periodismo, lo cierto es que recuerdo pocas cosas, muy pocas, y la mayoría poco o nada tienen que ver con las asignaturas que allí se impartían. No sé si las cosas habrán cambiado, o si en otras facultades la realidad era y/o es diferente, pero en la Universidad del País Vasco, Campus de Leioa, apenas si recibíamos conocimientos que, en el futuro, nos sirvieran para el desempeño de la profesión: mucha Sociología, muchas asignaturas puramente teóricas con casi nulo interés, y poco Periodismo.
Lo que sí recuerdo es un proyecto, que no llevé a cabo, como tantos otros, relacionado con el periodismo deportivo, a pesar de que, en mi años de facultad, esa rama del Periodismo me interesaba lo mismo que un análisis semiológico de la filmografía de Víctor Erice. O, sin llegar a tanto, el simple visionado de sus películas, tres para ser exacto.
En el fondo, el proyecto era muy sencillo, por no decir que era muy simple: recopilar los latiguillos, muletillas y frases hechas empleadas por los periodistas de deportes: no pudo ser, las espadas en todo lo alto, los equipos velan sus armas, y demás insustancialidades de uso corriente. Con los medios disponibles ahora, con Internet como valiosa ayuda, tal vez no habría renunciado a llevar a cabo la tarea, pero hace más de treinta años me invadió la pereza, la intelectual y la otra, y no pasé de los bocetos preliminares.
En la actualidad, muchas de esas expresiones, por lo general totalmente inocuas, se siguen utilizando, empobreciendo el discurso periodístico como entonces, pero han surgido nuevas que no son tan inocentes. Pareciera que, al pronunciar un determinado nombre, existiese la obligación de añadir una coletilla para redondear y dejar claro el concepto. Por ejemplo, la Selección Española de Fútbol, la mejor de la Historia; Leo Messi, el mejor jugador del Mundo; Iker Casillas, el mejor portero de todos los tiempos. Y así sucesivamente.
Uno de los problemas de este tipo de prácticas radica en que, sea o no verdad, el mensaje va calando en el receptor como una lluvia fina y éste, como los perros de Pavlov, al escuchar el nombre de Leo Messi, marca raudo y veloz la casilla de mejor jugador del Mundo, merecedor, hasta que se retire, de todos los balones de oro que la FIFA tenga a bien conceder. Que lleve dos años sin dar un palo al agua es irrelevante, los hechos son los que son porque, continuamente, nos recuerdan que son así. Y punto.
De esta forma, el debate se empobrece, o directamente desaparece si, ante cualquier objeción que se pudiera plantear, la réplica es otro latiguillo, otro lugar común, otro axioma eterno e inmutable. Los argumentos en contrario rebotan contra la pared del inmovilismo más cerril, como si la realidad no cambiase, como si el paso del tiempo no supusiese alteración ni merma alguna en la validez del tópico empleado.
Y así podríamos seguir hasta el fin de los días si no fuese por un pequeño detalle: en el momento en que éste o aquél caigan en desgracia, los elogiosos calificativos aparejados a su nombre serán borrados del disco duro de los ciudadanos periodistas, que correrán a ensalzar a otro más rápido, más fuerte, más joven… mientras les sea útil. Porque, con el tiempo, la rueda volverá a girar, y lo que estaba arriba quedará abajo, olvidado, eliminado de la memoria, porque nadie quiere pertenecer al equipo de los perdedores.